“Vivir más tiempo, ¿o no?”.
Vivir con “calidad de vida”, en nuestro lenguaje habitual, significa vivir sin sufrimiento, tener un cierto bienestar. Además de curar, la medicina avanza hacia una prevención de enfermedades. Prevenir supone investigar y la investigación va de la mano de la tecnología.
Los avances científicos son buenos por el hecho de ser esto, avances: tratamiento para enfermedades desconocidas, tratamientos que nos permiten, si no curar, paliar los efectos de la enfermedad y de la vejez, etc. Queremos vivir más tiempo, pero no ser “viejos”.
Damos por buenas todas las aplicaciones tecnológicas, las prácticas clínicas … Todo aquello que permite una mejora en nuestras vidas. Sin embargo, no todo lo que es un avance es un progreso para el ser humano; no todo avance lo hace mejor como ser humano.
Veamos, por ejemplo, que los grandes avances en el tema de la fertilidad, en el conocimiento del genoma humano, etc., siendo un adelanto de la ciencia, han planteado cuestiones “éticas”. De forma general podemos preguntarnos: ¿hay alguna barrera ética, algún conocimiento moral que cuestione ciertas prácticas médicas derivadas de estos avances?
Pensemos, por ejemplo, en la inseminación artificial, en la fecundación “in vitro”. ¿Es lícito fecundar embriones en un laboratorio para luego implantarlos en el útero de una mujer? Ya que tenemos los medios para hacerlo, ¿es lícito abortar embriones con alguna enfermedad como, por ejemplo, el síndrome de Dawn? Hay países como Islandia donde el nacimiento de bebés con síndrome de Dawn está totalmente erradicado.
Tenemos los medios para conocer con cierta exactitud la evolución de enfermedades incurables, por ejemplo, el ELA, que conllevan gran sufrimiento. ¿Sería lícito aplicarla a estos enfermos si ellos lo desean? ¿Hay alguna razón para que la eutanasia se prohíba? ¿Acaso no es cierto que somos dueños de nuestra vida?
El avance en las investigaciones sobre el genoma nos lleva a un conocimiento cada vez más exacto del papel que cada gen tiene en el desarrollo de nuestro organismo. ¿Quién podría oponerse a que un gen que provoca una enfermedad fuera extirpado si tenemos ya las técnicas para hacerlo? Y si lo hacemos de modo preventivo, ¿no eliminaríamos cualquier gen “defectuoso” que exista en un embrión? Tenemos la capacidad de modificar los genes en un laboratorio, ¿por qué no obtener un embrión más al gusto de quien lo fecunda?
Esto no es una broma, hoy en día se puede modificar el gen responsable del color de los ojos, entonces, si prefiero que mi bebé tenga los ojos azules, ¿por qué no hacerlo? ¿Qué problema hay? Esto no es ciencia ficción porque en nuestras clínicas y laboratorios ya se están llevando a cabo estos procedimientos.
Si la pregunta general fuera si es ético utilizar todo tipo de medios para conseguir una mejora, una curación, un tratamiento más eficaz, ¿qué contestaríamos? La respuesta sería mayoritariamente positiva. Muchas veces, la razón de que todo aquello que suponga un avance, una mejora, inmediatamente lo consideremos no solo algo bueno, sino algo obligado, se debe, por un lado, a que ignoramos y, por otro, a nuestra falta de criterio ético.
Ya no nos conformamos con modificar la naturaleza, nuestro entorno, ahora queremos modificar nuestra propia naturaleza humana: el ser humano puede ya tomar las riendas de su propia evolución. Si hasta hace unos años hemos considerado la evolución como algo dado, algo en lo que no podíamos intervenir, hoy es un hecho que tenemos los medios y la voluntad de hacerlo.
Podemos mejorar nuestros sentidos, nuestra inteligencia, nuestras capacidades físicas, etc., ¿por qué no hacerlo? ¿Hay alguna razón que nos lo impida?
La respuesta a esta cuestión no es simple, de ahí que los comités éticos y nuestras propias normas morales no tengan siempre una respuesta rápida e incuestionable. Esto nos lleva, sin lugar a dudas, a una necesaria reflexión sobre la cuestión de fondo: ¿todo lo que se puede hacer se debe hacer?